domingo, 20 de diciembre de 2009

Asesinato de Prim...

- El misterio es connatural a la Historia. A la Historia pasan los hechos importantes y también aquellos que despiertan la inquietud humana. Nos hacemos preguntas sobre el pasado y esas preguntas hacen al pasado famoso. Así, dentro de la literatura divulgativa de tema histórico no son inhabituales los libros dedicados al análisis de los grandes enigmas de la Historia.

Una de las grandes preguntas del pasado es quién mató a John Fitzgerald Kennedy. Hay teorías de muchos tipos y explicaciones para casi todas ellas. Los españoles no somos ajenos a esta polémica y yo diría que la conocemos bien y que no somos pocos los que, de hecho, tenemos nuestras propias teorías sobre quién se atrevió a dispararle en todo el cabolo al señor Presidente de los Estados Unidos. Y, sin embargo, con las mismas probablemente muchos españoles lo desconocen todo, o casi todo, del asesinato de Juan Prim, que se parece mucho al de Kennedy y, de lejos, tuvo mucho más importancia para nuestra Historia del que tuvo la muerte del mandatario estadounidense.

Juan Prim era de Reus y militar. Militar, catalán y liberal, consumió los inicios de su carrera en intentonas golpistas liberales que no llegaron a gran cosa, hasta que una sí que salió bien, en 1868. Fue la revolución llamada Gloriosa por la cual la reina Borbona, Isabel II, tuvo que salir por pies de España, tras lo cual se inició una inusitada subasta por el trono de España que ya hemos contado en este blog. De todo ello, el gran factótum era el general Prim, verdadero poder fáctico del gobierno, por encima de los conmilitones que le habían acompañado en el golpe como el general Serrano (llamado El General Bonito y que, al parecer, había sido amante de la reina a la que había puesto en la frontera) o el almirante Topete. Prim decía que tenía la fórmula para hacer de España una monarquía estable y democrática. Aunque no se la contó a nadie, y por eso no sabemos si, verdaderamente, la tenía. Porque Juan Prim fue muerto horas antes de la llegada del rey elegido, Amadeo de Saboya, a Madrid. Muerto en muy extrañas circunstancias.

Lo primero que hay que decir de los tiempos en que Prim fue muerto es que se había instaurado en España eso que llamamos crispación. Bueno, más que crispación, guerra, porque a lo que ahora vamos a contar hay que añadir los pequeños detallitos de que los carlistas se habían alzado en armas, poniendo al país contra las cuerdas; y que había en los campos de España 50.000 republicanos luchando a favor de la implantación de la República.



- A La Gloriosa le pasa un poco como a la II República algunas décadas después: llegó con apoyos mayoritarios pero, una vez llegada, descubrió que esos apoyos mayoritarios eran de muy variada laya y que resultaba difícil colmarlos todos. El proceso iniciado con La Gloriosa tuvo su principal problema en las fuerzas radicales que querían una democratización más profunda y un régimen republicano; así como en las muy conservadoras, que querían el regreso del Antiguo Régimen. Estas fuerzas trataban de presionar lo más que podían, en algunos casos mediante sistemas no muy ortodoxos. Como ejemplo de esto tenemos la tristemente famosa Partida de la Porra, una especie de banda de Latin Kings liberales al mando de un personaje prominente, Felipe Ducazcal. Ducazcal, que como empresario había sido favorecido por el primismo, se dedicó a defender al gobierno por el curioso sistema de llevarse a sus aporreadores a las reuniones de la oposición, tanto monárquica como republicana, y liarse a hostias con el personal. Algunas de las víctimas de la estrategia de convicción de Ducazcal fallecieron como consecuencia de las caricias recibidas.

Una de las actividades preferidas de la Partida era el asalto de periódicos de la oposición; y en uno de ellos parece que podrían haber puesto la primera piedra del asesinato de Prim. Se trató del asalto a El Combate, un periódico de izquierda radical, que utilizaba un lenguaje muy tabernario y demagógico, y que estaba dirigido por un político liberal que había colaborado en el golpe de Estado contra Isabel II: José Paúl y Angulo. Un tipo temible este Paúl y Angulo que, en cierta ocasión, acusó en su periódico a un ministro del Gobierno, Nicolás María Rivero, de ser esto y aquello y de haber vendido la República por un cuartillo de vino. Conminado en el Congreso a retractarse (ambos, Rivero y Paúl, eran diputados), éste se limitó a decir que los insultos proferidos en el artículo no los retiraba porque eran verdad; aunque, en el caso del cuartillo de vino, había que admitir que era una figura retórica pues, concluyó, «todos sabemos que el señor Rivero necesita mucho más que un cuartillo».

El 3 de diciembre de 1870, algunos periódicos de corte gubernamental publicaron una carta de Ducazcal, en la que relataba cierto encuentro con Paúl y Angulo «en la calle de Isabel la Católica, inmediata a la de Flor Baja». En tono insinuante, Ducazcal evitaba contar lo que pasó en dicho encuentro, pero terminaba su descripción dirigiéndose a él e informándole de que «yo iba desarmado; el señor Paúl y Angulo, no; y, en prueba de ello, si quiere recuperar el arma que sacó, puede fácilmente pasarse por mi casa a recogerla». Negro sobre blanco: lo llamaba cobarde, flojo y mal peleador.

Paúl contestó con una carta en la que negaba conocer a Ducazcal, carta que éste contestó llamándole cobarde con todas sus letras. Hubo, pues, la convocatoria de un duelo, que en su primera intentona fue abortado por la policía pero que finalmente se celebró en el arroyo del Abroñigal (por Vallecas, si no me equivoco). Ducazcal disparó primero, y falló; luego Paúl y Angulo le acertó en la oreja y lo dejó seco. Ninguno de los contendientes falleció, pero la anécdota dejó la crispación en todo lo alto.

Ricardo Muñiz, un hombre de muchos contactos de aquel Madrid, se dirigió en esos días a Juan Prim para facilitarle una lista de diez individuos de la peor ralea que, según él, habrían sido contratados para matarlo. Y hay quien dice que Kennedy no era ajeno al hecho de que lo querían muerto. Al parecer, Prim acabó dándole la lista a un inspector de policía, pero nadie fue detenido.

El 28 de diciembre de 1872, Juan Prim, junto con otros miembros del gobierno, había de tomar un tren para ir a Cartagena a recibir a Amadeo de Saboya, el nuevo rey, quien llegaba a España. Dicen las crónicas que el día anterior, 27, nevaba suavemente en Madrid. Era la última tarde y la sesión de las Cortes había terminado, no sin antes aprobar la lista civil de 6.500.000 pesetas para el rey que llegaría en unos pocos días. En ese momento, mientras Prim salía del Congreso por la puerta de la calle de Floridablanca, un compacto grupo de individuos de mala pinta bebía en una taberna de la calle del Turco, hoy Marqués de Cubas. Cuando dio la hora del final de la sesión parlamentaria, esos hombres dejaron sus vasos y salieron a la calle, a lo largo de la cual se apostaron.

Prim ofreció a dos diputados, Práxedes Mateo Sagasta y Herreros de Tejada, llevarles en su landó. Pero ambos se excusaron, motivo por el cual al vehículo subieron los señores Naudín y Moya, asistentes de Prim. El primer ministro ordenó que se fuera primero al palacio de Buenavista, donde estaba su despacho y donde, dijo, tenía que hacer unas cosas; después iba a ir al Hotel de las Cuatro Naciones, en la calle Arenal, donde se celebraba un banquete del Gran Oriente.

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